A lo largo de la barra se disponían la pesadumbre y el lamento de par y en par, las cervezas de buenos días
y la colilla de un mal cigarro disimulado. Los señores mayores se acariciaban la barba pero no pensaban nada, y la chica alta imaginaba cómo sería su vida si hubiese hecho caso a su instinto mientras volvía a fregar la vajilla gastada.
Todo en aquel bar sucedía más despacio.
El chico de negro instaba con su entrepierna marcada y su mano imprecisa bajo la mesa, y todos se hacían los despistados. La rubia al fondo se retocaba el rimel mientras con el ojo izquierdo controlaba su alrededor, siempre perfecta, siempre a punto, nunca del todo...
...exacta.
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