Llevaba las ojeras como bolsas de agua en la cara pegadas, y todas las maneras de inventar coartadas bajo el brazo sujetas, un tartamudeo latente sobre las palabras que empezaban por ese y medias sonrisas que dejaba escapar sin disimulo.
Pero él la perdonaba...
- No le he parado porque tenía cara de que no... de
esos "NO" que son que no desde el principio al final.
El sonreía y la perdonaba.
Y la protegía como lo hacen las excusas a la duda, sin pedir nada a cambio. La
perdona y muchas veces me he preguntado si de algún modo la veneraba,
porque en sus ojos de hombre de viajes parecía haber luciérnagas cuando
ella abría la boca.
En cierto modo, digamos... me causaba ternura
observar como la echaba de menos, pensándola tan lejos.
La echaba de menos con la nostalgia que producen las cosas que sabemos
inalcanzables.
Él sabía quién era la mujer que le echaba el ojo y
cuantos ojos le echaba, tenía controlados los trastos y todos los muebles del
salón que le había tirado, había estudiado los movimientos de la rubia, y
anotaba las miradas furtivas que le clavaban en la espalda a la chica de rojo cuando bailaba en las baldosas.
Había quién diría que él era
de todo, menos espontáneo. De hecho, estoy seguro de que había
ensayado la frase frente a cada uno de los escaparates de la calle... y
aquel día se armó de un valor de hierro.
- Oye, ¿te apetece ahora
después una cerveza?
- Con el calor que hace me apetece hasta que me la
tires por encima...
Si pudiera adivinar... me atrevería a decir que
pensó:
¿Son el rojo y el negro dos colores con futuro?
En el fondo estoy seguro de que siempre le habían parecido algo tristes...